El estadio rugió en el momento en el que el árbitro pitó el final del partido. Mis chicos habían ganado la copa de Francia de Rugby después de 55 años. Yo, durante mis casi 20 años de jugador había disputado 3 finales y las había perdido todas. Por ello no puede contener la emoción y empecé a llorar. El presidente de nuestro rival, que me acompañaba en el palco, me dio un abrazó y me felicitó. Aquel era el momento más feliz de mi vida. Después de haber dedicado gran parte de mi vida a mi club, primero como jugador, luego como entrenador y ahora a mis 47 años como presidente, había conseguido por fin un gran título.
Los jugadores, después de hubieran celebrado la victoria sobre el césped, se acercaron al palco para recoger el trofeo. Uno a uno fueron pasando para recibir la felicitación de las autoridades. Según iban pasando delante de mí, fui abrazándolos y besándolos como si fueran mis hijos. Todos eran unos tiarrones imponentes, con unos corpachones increíbles y el fuerte a olor a sudor que despedían los hacía todavía más viriles. Pero había uno que era el mejor de todos. Se llamaba Paul, pero todo el mundo le conocía como “El toro” y es que realmente parecía un toro. Medía cerca de 2 metros y pesaba más de 120 Kg. Siempre llevaba el pelo muy corto y la perilla que adornaba su hermoso rostro le daba un aspecto muy fiero.
Cuando vi que se acercaba por la fila, pude observar que llevaba el chándal abierto dejando al descubierto su musculoso pecho cubierto por una fina capa de vello. Una amplia sonrisa cubría todo su rostro, mientras no dejaba de levantar sus poderosos brazos en señal de victoria.
Cuando llegó el turno del “toro” me abracé fuertemente a él y le besé con fuerza en la mejilla. En ese momento, y acercando mi boca a su oreja, le dije las siguientes breves palabras:
- Te espero mañana por la noche en mi casa a las 10. Quiero celebrar el título a solas contigo.
El “toro” se quedó mirándome un poco extrañado, pero a continuación sonrío y me guiñó un ojo. Volvió a acercarse a mí y me susurró al oído:
- Allí estaré sin falta, jefe.
El “toro” siguió su camino y yo continué felicitando a mis chicos, bastante excitado con la idea de pasar una noche de pasión con aquella mala bestia.
Las celebraciones continuaron durante toda la tarde y toda la noche, con una gran fiesta en la que celebramos la consecución del título con todos nuestros aficionados. Me acosté a las 6 de la mañana, completamente extenuado. Estaba tan cansado que no tenía ganas de hacerle el amor a mi mujer, como hacía todas las noches. Nada más meterme en la cama me quedé dormido y empecé a roncar como un cerdo.
Al día siguiente me desperté a las 12 del mediodía con un intenso dolor de cabeza, consecuencia de la juerga del día anterior. Pero después de una buena ducha, estaba como nuevo. Después llevé a mi mujer al aeropuerto, ya que se iba a pasar unos días con su madre. Como mis hijos también estaban fuera de la ciudad, estaba sólo en casa, y pude preparar con detenimiento la cita de aquella noche. Dediqué toda la tarde a preparar una opípara cena a base de pasta y carne, y es que para llenar aquel enorme corpachón haría falta mucha comida. Según se iba acercando la hora de la cita estaba más excitado y mi polla empezó a ponerse dura
.
- Estate tranquila, que esta noche tendrás mucho trabajo.- le dije cariñosamente a mi rabo mientras me lo acariciaba.
A las 10 en punto sonó el timbre. Abrí la puerta y me encontré con la amplia sonrisa de Paul. Llevaba puesto el chándal del equipo, que marcaba todos los músculos de su descomunal cuerpo.
- Perdona que no me haya puesto un traje. Es que sólo tengo uno y ayer durante las celebraciones se me manchó y lo tengo en la tintorería.
- No importa, hombre. Lo que me interesa es lo que hay dentro, no la cáscara.- Le dije dándole una fuerte palmada en la espalda e invitándole a entrar.
El “toro” entró delante de mí y pude comprobar como su enorme trasero se balanceaba mientras avanzaba por el pasillo. Llegamos al comedor y le dije:
- Ponte cómodo. Considera que estás como en tu propia casa.
El “toro” se quitó la parte superior de su chándal, dejando al descubierto una camiseta blanca que marcaba todos los músculos de su pecho y vientre.
- Con un cuerpo como el tuyo supongo que todas las mujeres se volverán locas.
- La verdad es que no me puedo quejar. Me follo todas las tías que quiero, pero prefiero pegarme revolcón con un buen macho... - me dijo el “toro” con una sonrisa irónica.
- Sí, yo también pienso que las mujeres están para hacerlas gozar y los hombres para gozar con ellos.- le contesté y los dos nos echamos a reír.
Nos sentamos a cenar y nos pusimos como cerdos a comer, acompañando la cena con abundante vino de lo mejor de mi bodega. Durante la cena hablamos sobre todo de rugby, de los mejores partidos de la temporada, de los rivales,....
Una vez finalizada tomamos una copa y nos sentamos en el sofá para continuar la sobremesa.
- ¿Sabes qué me excita mucho verte jugar? Ver tu descomunal cuerpo avanzando entre la mole de jugadores me pone a cien.- Y mientras le decía esto puse una mano sobre la rodilla del “toro”.
- Pues yo te tengo que confesar que cuando yo tenía 15 años y tu jugabas en el equipo, me mataba a pajas pensando en ti.
- ¿Y qué era lo que te imaginabas?
- Qué tu y yo estábamos a solas en el vestuario del equipo, que nos duchábamos juntos y que fallábamos como animales. Follar con el gran Serge, ese ha sido siempre mi gran sueño.
- Pues creo que tu sueño se ha hecho realidad.
Y en ese momento acerqué mis labios a los suyos y nos fundimos en un intenso beso. Nuestras lenguas se entrelazaron y empezamos a devorarnos la boca mutuamente. Al mismo tiempo nuestros corpachones se estrujaron con fuerza. Una vez que hube disfrutado de su boca me dediqué a besarle la cara, la barba y su voluminoso cuello. En ese momento paramos un momento para que el “toro” se quitara la camiseta y yo me quitara la camisa.
- ¿ Sabes que para la edad que tienes no estás pero nada mal?.- dijo el toro mientras una maliciosa sonrisa se dibujaba en su hermoso rostro.
- ¿Quieres decir que soy un viejo? ¡Pues ahora verás!.-
Me abalancé sobre él con la intención de comérmelo entero. Agarré los pantalones de su chándal y tiré hacia abajo para dejar al descubierto su enorme pollón. Era una polla gorda, circuncidada, con un hermoso y brillante capullo que pedía una boca que lo devorara. Sus pelotas eran grandes y peludas. Desde luego tenía los genitales de un auténtico toro. Después de dar un fuerte bufido acerqué mis labios a su capullo y empecé a chuparlo suavemente. A continuación agarré con una mano su tranca y empecé a bombear la polla dentro de mi boca. Él me agarró la cabeza y empezó a bramar como un animal.
Una vez que hube saciado mi apetito de polla, me puse de pies, me bajé los pantalones y situé mi voluminoso paquete delante de la cara de aquella mala bestia.
El “toro” se pasó la lengua por los labios y a continuación empezó a succionar mi polla a través de la blanca tela del calzoncillo. Una vez que mi tranca estuvo bien dura, la liberó de su funda y se la metió en la boca. El cabrón la chupaba tan bien que creía que se iba a derretir entre sus húmedos labios. El muy bruto me acariciaba las pelotas con una mano mientras su boca devoraba una y otra vez mi polla, sin descanso.
- Si quieres podemos ir a mi cama. Allí estaremos más cómodos.
Así que, sin dejar de besarnos y magrearnos nos levantamos del sofá, cruzamos el salón y llegamos a mi habitación. Yo me tumbé sobre la cama, mientras el “toro” me observaba gruñendo y frotándose su duro cipote.
De pronto, dio un brinco y saltó sobre mí. El golpe fue tan violento que la cama estuvo a punto de venirse abajo.
- ¡Mala bestia!, ¡Que me vas a dejar sin cama!
Pero el toro no respondió sino que se dedicó a recorrer todo mi cuerpo con su lengua, empezando por la boca, siguiendo por el cuello, mis peludas axilas, mi pecho, para terminar hundiendo su cabeza en mi vientre. A continuación me puse encima de él para hacer un 69. Yo atrapé con mi boca su descomunal rabo mientras él introducía su cabeza entre mis piernas para comerme el culo. La lengua del “toro” era muy experta y se abría camino entre mis nalgas para perforar mi agujero. ¡Creía que iba a enloquecer con el gustazo que me estaba dando aquel semental!
Así estuvimos durante varios minutos hasta que el “toro” levantó su cabeza y me dijo:
- ¿Quieres que te folle, jefe?
- No me lo preguntes dos veces, estoy deseando que me perfores con tu tranca de toro.
El “toro” me dio una fuerte palmada en el trasero y me coloqué boca arriba, cara a cara con aquel animal de 120 Kilos. Yo abrí mis piernas todo lo que pude y a continuación las elevé para situar mis pies sobre sus colosales hombros. El semental cogió su dura estaca y sin mediar palabra la introdujo en mi agujero con suma violencia. Al principio sentí un intenso dolor, pero según aquel pedazo de carne iba penetrando en mi interior, el dolor se transformó en placer.
Una vez que hubo colocado bien su polla, el “toro” empezó a cabalgarme con todo su ímpetu, mientras no paraba de rugir como un animal. De vez en cuando sacaba su polla de mi agujero, para volver a introducirlo con mayor violencia, si cabe.
- ¡Dame toda tu leche, cabronazo!.- grité con todas mis fuerzas.
El “toro” sacó su polla, la juntó con la mía y agarrando ambas con su mano, empezó a moverlas al compás, sin parar. Los dos empezamos a gemir como nunca lo habíamos hechos, hasta que empezó a salir un incontrolable chorro de semen de cada una de las pollas. Los dos nos corrimos a la vez, entremezclando nuestras leches y empapando nuestros fornidos vientres. Una vez hubimos agotado las últimas gotas de nuestros grifos, el “toro” se tumbó encima de mí, colocando su cabeza sobre mi pecho.
- Por fin mi sueño se ha hecho realidad.- acertó a decir con la voz todavía entrecortada.
- Pues esto no ha sido más que un aperitivo de todos los polvos que vamos a echar tu y yo de aquí en adelante.
La noche fue muy larga y la pasamos entera follando como dos sementales, comiéndonos el rabo y el culo, penetrándonos mutuamente... Al final, caímos exhaustos por el cansancio, y cuando el sol ya asomaba por la ventana, nos quedamos dormidos uno encima del otro, rendidos. Al poco rato los dos empezamos a roncar. Y es que no hay nada más hermoso que dos hombres roncando como animales después de haber hecho el amor como bestias.
PINONE

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