Aquel chico apenas me llamó la atención cuando entré en el cuartel para hacer la instrucción. Era simpático, aunque me parecía un poco pesado. Siempre estaba saltando y jugando y parecía un poco crío. Bueno, la mayoría me lo parecían porque casi todos ellos tenían 19 o 20 años y yo ya había cumplido los 25. Pero las cosas cambiaron cuando fuimos destinados, una vez terminada la instrucción. Ambos estábamos en la unidad de servicios, él como pintor y yo en las oficinas.
La vida en la compañía es bastante diferente a la del campamento de instrucción. Aquí se mezclan soldados de distintos reemplazos y los más veteranos se dedican a hacer la vida un poco más complicada a los más novatos. Por eso es importante tener un grupo de amigos. Oscar y yo éramos parte del mismo grupo. Poco a poco fui dándome cuenta de que era un buen chaval, y que mi opinión anterior sobre él era totalmente equivocada. Siempre estaba dispuesto a ayudar a cualquiera, en el trabajo diario o en las guardias. Si estabas cabreado tenía la palabra justa para quitarte la mala leche. Su carácter alegre y risueño era realmente contagioso. Los demás le decíamos, medio en broma, medio en serio, que tenía un corazón que no le cabía en el pecho. Algunos le tomaban por tonto, pero es que él era demasiado bueno para este mundo repleto de hijos de puta.
Pero es que además esa belleza interior estaba acompañada por un cuerpo que le hacía justicia. En realidad, era un niño metido en el cuerpo de un hombre. No era muy alto y estaba bastante cachas porque hacía bastante ejercicio. Su rostro era realmente hermoso y lo que más destacaba en él eran sus preciosos ojos verdes. Llevaba el pelo muy corto, casi rapado, al igual que una barba muy corta. Una fina capa de vello oscuro cubría su pecho y sus piernas, como muestra de que el niño se ha había convertido ya en un hombre.
El primer día que le vi en pelotas aluciné en colores. Tenía un miembro enorme, propio de un hombre hecho y derecho. Aunque no estaba erecto, debía medir un palmo. Era largo y grueso. Por si fuera poco, casi siempre llevaba un viejo buzo que le quedaba bastante pequeño y que marcaba perfectamente todos los recovecos de su cuerpo. El buzo de pintor siempre lo llevaba con manchas blancas de pintura y le tomábamos el pelo diciéndole que esas manchas eran más que sospechosas.
Se cabreaba, pero entonces se ponía más guapo todavía.
Día a día, según le iba conociendo más, me iba enamorando de él.. Bueno, en realidad, todos los que formaban el grupo de amigos eran muy buena gente, pero él era especial. Siempre quería estar a su lado, cerca de él. Incluso una vez le ayudé a pintar la marquesina del patio, a riesgo de que me arrestaran, porque aquello no entraba dentro de las tareas que tenía asignadas. Ya se sabe lo "cabeza cuadradas" que son los militares. Lógicamente, lo que más me gustaba era ducharme con él, bueno junto a él. Ver su enorme corpachón cubierto de jabón, con aquella cosa tremenda colgando entre las piernas, me excitaba de sobremanera. Tenía que controlarme para que una erección más que justificada, no me delatara.
Y es que sabía que no tenía nada que hacer con él.
Tenía novia y parecía que estaba bastante enamorado. Nadie es perfecto. Lo máximo a lo que llegué fue darle una fuerte palmada en el trasero, un día que estaba en las escaleras de la oficina. Al ver aquel pedazo de carne marcado por el pantalón del uniforme no pude contenerme y ¡zas! le di una cariñosa palmada. Como siempre, se lo tomó a broma. Supongo que no se dio cuenta del significado que tenía para mí.
Las cosas transcurrieron más o menos así hasta que llegó el verano y aquella noche. Eran cerca de las 10. Estábamos a finales de Agosto y el calor era asfixiante, a pesar de la hora.
Quedaba apenas media hora para la retreta y Oscar me dijo a ver si le acompañaba hasta la lavandería que tenía que recoger algunas ropas. La lavandería la llevaba otro de nuestros amigos y andábamos allí como Pedro por su casa. En realidad, era nuestro punto de reunión cuando nos escaqueábamos de nuestros trabajos, algo que ocurría con bastante asiduidad.
Por supuesto que decidí acompañarle, cualquier ocasión era buena para estar con él. Según íbamos hacía la lavandería, me notaba más excitado. Ya era de noche y apenas andaba nadie por aquellos compartimentos. Solo se oía algún ruido proveniente de la cocina que estaba al otro lado de la calle.
El calor, el hecho de estar a solas con él, las formas que marcaban su viejo buzo... todo eso me empezó a afectar. Por otro lado, sabía que era una locura, que si intentaba algo no me iba a traer más que disgustos y problemas.
Con este dilema sin resolver entramos en la lavandería. Allí hacia más calor si cabe. Los grandes ventanales estaban cerrados y estábamos aislados del mundo. Oscar empezó a recoger sus ropas, mientras me hablaba de algo seguramente intrascendente. Yo le observaba con atención. “¡Ahora o nunca!”.- pensé y sin reflexionar sobre las posibles consecuencias de lo que iba a hacer, me abalancé sobre él y caímos los dos, sobre el montón de sábanas que ocupaba el centro de la lavandería.
Al principio, se pensó que estaba jugando, pero cambió rápidamente de opinión cuando le besé en la boca, mientras mis manos atrapaban y acariciaban su delicioso culo.
- ¿Te has vuelto loco o qué? ¿Te has pensado que soy un maricón? ¡Quítate de mi vista!.-
Y se levantó enfurecido, con intención de marcharse de allí.
-
- Perdóname, Oscar, pero no sé lo que me ha ocurrido. Ha debido ser el calor, que me ha trastornado. No quería molestarte, nunca se me ocurriría hacerte nada en contra de tu voluntad.
Oscar se volvió a mí, y me señaló con el dedo y me dijo muy seriamente:
- Esta es la última vez que hablamos tu y yo. Tan siquiera te acerques a mí. Y ya puedes dar gracias de que no te haya dado una ostia o haya ido corriendo a la compañía para contárselo a los demás. Sólo porque hemos sido amigos hasta ahora, no lo voy a hacer ¡Maricón de mierda!
Estaba realmente acojonado y no sabía que responder. Las piernas me temblaban y era incapaz de ponerme de pie. Sólo deseaba que aquella situación se terminara lo antes posibles para lamentar en soledad mi infinita torpeza.
Pero en ese momento, ocurrió algo increíble. El rostro enfadado de Oscar se transformó dibujando una de sus pícaras sonrisas. Aquello me tranquilizó, aunque fuera un poco.
- ¿A qué te has asustado, verdad?.- y la sonrisa dio pasó a una sonora carcajada.
- ¿Quieres decir que no te importa?.- pregunté, todavía con miedo, esperando alguna respuesta reconfortante.
- La verdad es que nunca he estado con un tío, pero encerrado aquí dentro estoy tan caliente que sería capaz de follarme hasta las yeguas del cuartel. Si quieres, podemos jugar un poco para desahogarnos.
- Si quieres, puedo chuparte la polla. Supongo que tu novia te la chupará bien, con ese armamento que gastas.
- La verdad es que nunca me la ha chupado. Me dice que le da un poco de asco y nunca lo hemos intentado. Y como ella ha sido la única chica con la que he estado...
- ¿Quieres decir que con el cuerpazo que gastas, no te has tirado más que a tu novia? Si cuando digo que yo que los que dicen que eres tonto tienen algo de razón...Ven para aquí, que voy a afilarte ese lápiz..
Desde luego me había tranquilizado bastante y aquellas palabras las dije con absoluta seguridad y soltura.
Oscar se acercó a mí. Aquella situación había hecho efecto en su miembro y un bulto enorme podía adivinarse bajo el buzo. Acerqué mis manos y empecé a acariciarlo suavemente, notando todo su calor. Oscar estaba impaciente por conocer el placer de una mamada y se bajó la cremallera para liberar su descomunal pedazo de carne.
Su polla apareció ante mí, más poderosa que nunca. Si cuando estaba en descanso ya era una maravilla de la naturaleza, en erección era algo extraordinario. Mediría más de 20 cm. Estaba sin circuncidar, pero un vigoroso capullo asomaba por el prepucio, con una cabeza rosada que pedía a gritos una buena boca para ser mamada. Y yo no podía negarme a deleitarme con aquel manjar. Quería hacerlo con suavidad y para ello agarré la base de su tarugo con una mano, mientras la punta de mi lengua empezaba a lamer el extremo de su polla. Suavemente, con pequeños giros en círculo, recorriendo todo el capullo y finalizando en la abertura de su uretra.
- ¡Dios, qué bueno¡ Cómo sigas así creo que voy a correrme en un pis pas!.- observó el garañón, excitado por el masaje que le estaba dando a la cabeza de su tranca.
- Tranquilo, cariño. Aguanta un poco tu leche en las pelotas, porque esto no es más que el comienzo.- y nada más terminar la frase, volví a acercar mi boca a su polla, para tragármela en su totalidad.
Oscar siguió gimiendo sin cesar mientras yo devoraba su pollón con verdadera voracidad. Estaba como loco y me sujetaba la cabeza con fuerza para que no dejara de bombearle la boca.
Por temor a que se corriera en mi boca y todo terminara demasiado pronto, me saqué la polla de la boca y continué mordisqueándole las pelotas.
Poco a poco, me situé debajo de él y empecé a lamerle el ojete peludo. Oscar se estremeció al percibir un nuevo placer que sin lugar a dudas, no conocía. Yo continué perforándole el agujero con mi lengua, tratando de que sintiera cosas que nunca había sentido.
- ¡Esto es increíble! ¡Nunca hubiera imaginado que un tío pudiera hacer gozar de esta forma a otro tío!
- Pues, espérate que queda lo mejor.- dije, incorporándome.- Seguro que nunca le has dado por culo a tu novia.
- ¿Pero qué dices? Me mataría sólo con comentárselo.
- Pues ya verás, un culo bien abierto es mucho mejor que cualquier coño. El agujero es más estrecho y la polla, una vez que vence la resistencia del esfínter, se acopla perfectamente. ¿Quieres probarlo? – le pregunté mientras le guiñaba un ojo.
- ¡No lo dudes! Estoy deseando probarlo. Creo que mi polla está preparada para perforar cualquier agujero, por estrecho que sea. Está más dura y caliente que nunca.
- Antes de nada hay que humedecerlo un poco, porque está muy seco. ¿Te atreves a meter tu lengua ahí?
Oscar puso una cara un poco rara, pero después dibujó una de sus habituales sonrisas.
- Todo sea por un buen polvo. ¡Ponte a cuatro patas!.- Me ordenó como si fuera un experto amante.
Obedecí sin rechistar y me coloqué en posición para ser enculado, apoyando mis manos en la vieja máquina de lavar y abriendo bien las piernas.
Oscar soltó un pequeño gruñido y a continuación, agarrándome fuertemente de las nalgas, hundió su cabeza entre mis piernas. Su lengua era un poco torpe, pero con unos cuantos lengüetazos lubricó mi agujero. Además, acompañó los lengüetazos con un par de escupitajos. No sé donde lo había visto hacer, pero estaba claro que estaba aprendiendo rápido.
- Creo que estoy preparado para recibir tu carne. ¡Metemela hasta el fondo!
Oscar colocó la punta de su gruesa tranca en la entrada de mi culo. El agujero parecía no querer ceder, y el semental se inquietó un poco.
- No quiero hacerte daño. Mi polla es demasiado grande para tu agujero. Te voy a matar.
- ¡No seas tan bueno y empuja! Suavemente al principio y cuando veas que va cediendo..¡Hasta dentro!
Oscar era un buen alumno e hizo lo que le indiqué. Empezó con suavidad, pero en cuanto se dio cuenta de que el canal se abría ante su descomunal verga, empujó con fuerza. Yo solté un pequeño grito, pero en seguida empecé a gemir de gusto. Aquel pollón era el mejor pedazo de carne que había tenido jamás en mi interior.
- ¡Bombéame, cabrón! ¡Cabálgame!.- imploré.
Oscar empezó a moverse lentamente sobre mí, como un gato que camina sobre el tejado, pero rápidamente sus embestidas empezaron a ser más rápidas y potentes, como las de un toro en la plaza. Ambos estábamos empapados en sudor, por el calor y por la intensidad de nuestros juegos. Yo gemía de placer, mientras que Oscar, fuera de sí, jadeaba como un animal. Así estuvimos durante un par de minutos, hasta que mi soldadito entró en erupción.
- ¡Me corro! ¡Me corro! ¡Aaah....aaah...aaah!.
Oscar soltó un sonido infrahumano, que debía haberse escuchado en todo el cuartel y soltó un salvaje chorro de leche caliente, que me inundó las entrañas. Yo no podía ser menos, y agarrándome la polla con fuerza, inicié mi corrida con tanta o mayor intensidad que mi amante.
Tardamos bastante tiempo en vaciarnos por completo y al acabar, nos tumbamos sobre el montón de ropa, exhaustos y untados en sudor. Nos miramos tiernamente a los ojos y empezamos a besarnos con pasión.
En aquel momento el sonido de una corneta nos sobresaltó.
- ¡Mecagúen la puta!.- exclamé al darme cuenta de lo que ocurría.
Eran las 10 y media y la revista de la retreta ya había comenzado. Aquello seguramente nos costaría unos cuantos días de arresto. Pero que nos importaba. Sería una buena forma de estar juntos.
PINONE

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