sábado, diciembre 02, 2006

LAS MUJERES A LA PLAYA, LOS HOMBRES A LA SIESTA




















Nunca he podido entender porque a las mujeres, por lo general, les gusta estar tanto tiempo en la playa. Es lógico estar un par de horas, tres quizás, pero es que algunas están obsesionadas en estar todo el día tumbadas al sol. Por ello, se me estaba haciendo tan duro aquel verano. Mi mujer y yo estábamos pasando 15 días en un hotelito cerca de la playa. Un sitio realmente agradable, tranquilo y relajante. El único inconveniente es que mi mujer quería ir a la playa a todas horas: desde las primeras horas de la mañana hasta que empezaba a anochecer. 

El único descanso que se permitía era la hora de la comida. Por todo ello, habíamos llegado a una especie de pacto: iríamos juntos a la playa por la mañana, pero después de comer, ella volvería a tostarse al sol, mientras yo me quedaría en el hotel, tomando una copa o echándome una placentera siesta. Después, sobre las 7, la recogería y nos iríamos a dar una vuelta a alguno de los pequeños pueblos cercanos al hotel. Todo transcurría según lo pactado, hasta que aquel hombre se cruzó en nuestras vidas. 

La primera vez que le vi entrar en el comedor del hotel ya me llamó la atención. Tendría unos 45 años, quizás 50. Era un hombre robusto, bien musculado y destacaba por su la piel bronceada. El poco pelo que le quedaba en la cabeza lo llevaba muy corto y un bigote bien cuidado adornaba su rostro. Tenía un aspecto de hombre duro, quizás un policía o algo así, pensé yo. Había tenido alguna experiencia homosexual en mi etapa universitaria, pero desde entonces nunca había sentido tanto interés en un hombre. Había algo magnético en él, como una fuerza de atracción irresistible. Su mujer era una rubia bastante más joven que él, que no paraba de hablar y a la que el corpulento bigotudo no parecía hacer mucho caso, por las caras que ponía. Aquel día, volvimos a repetir el ritual diario.

 Comimos juntos en el hotel y después mi mujer se despidió de mí para pegarse otra sesión de solarium al aire libre. - No bebas demasiado y métete a la siesta, que tienes cara de dormido 

 - No te preocupes, que me tomo una copa y me voy a la habitación En cuanto mi mujer desapareció por la puerta, me levanté y me dirigí a la barra del bar. 

 - Un cognac, por favor. En ese justo momento, pude escuchar una voz ronca tras de mí: 

 - ¡Qué sean dos! Me dic la vuelta y me encontré con el rostro amable del bigotudo, que me sonreía con complicidad. 

 - Supongo que no le importa. Queda poca gente en el bar y siempre es mejor compartir una copa que estar sólo. 

 - Como no.- y le invité a sentarse a mi lado 

 El fornido hombretón posó su enorme trasero sobre el taburete y empezó a hablarme, con entera confianza. 

 - Ya me he fijado que a usted tampoco le hace mucha gracia la playa. La verdad es que es un coñazo. Un poco está bien, pero lo de las mujeres es demasiado. A la mía la tengo que traer a rastras al hotel para comer. Si fuera por ella, se quedaría allí todo el día. 

- Sí, tiene razón. La mía es igual. Menos mal que, por lo menos por la tarde me deja un poco de libertad.- y le expliqué lo de nuestro pacto.

- Eso está bien, el hombre tiene que tener un poco de libertad, si no... - Y soltó una sonora carcajada. 

 Así estuvimos hablando durante más de media hora, como dos amigos que se conocen de toda la vida. Me explicó que durante su juventud había sido marino y había recorrido mucho mundo. Ahora tenía una empresa de exportación e importación y parecía que le iba bastante bien. Yo le conté que trabajaba en una empresa de seguros y que mi vida era bastante monótona. Pero la mayor parte del tiempo lo pasamos despotricando contra nuestras esposas: sus manías, sus tonterías...

 - Y cuando tienes ganas de mojar, te dicen que les duele la cabeza

.- Y volvió a soltar otra carcajada - Sí, a mí también me pasa.- respondí, un poco avergonzado por el comentario. 

 - ¡Oye! ¿No me has dicho antes que te ibas a echar un rato en la cama antes de ir a buscar a tu mujer? A mí también me apetece, si quieres podemos ir juntos.- Y me guiño un ojo. 

Me quedé completamente helado por su proposición. ¿Se habría dado cuenta de que no le quitaba ojo desde el primer día que le ví? ¿Me estaría vacilando? La verdad es que yo estaba muy caliente y la proximidad de su macizo cuerpo me excitaba más si cabe.

- Sí, ¿Por qué no? .- Y le devolví el guiño, sin saber muy bien si me estaba metiendo en un lío o no. 

Pedimos la llave de su habitación y subimos pausadamente, continuando con nuestra amistosa charla. Según nos acercábamos a la puerta me estaba poniendo cada vez más nervioso, algo que no me pasaba desde la primera vez que estuve a solas con una chica. El bigotudo abrió la puerta y me invitó a entrar. En cuanto cerró la puerta, se dio la vuelta y me sonrió, con esa dulce sonrisa que dulcificaba su duro rostro. Sin mediar palabra, me agarró de la cintura y me empujó con fuerza hacia él. Nuestros labios se acercaron y se fundieron en un intenso beso.

 Hacía mucho tiempo que no besaba a un hombre y fue como el reencuentro con un placer olvidado. Su lengua era enorme y peleaba con la mía, tratando de demostrar su poderío. La mía tampoco se quedaba atrás y respondía a las húmedas embestidas que recibía. 

- No lo haces nada mal, chaval. Y parece que estas muy caliente.-y mientras me decía esto me agarró con fuerza el paquete.- muy caliente... 

 - La verdad es que la primera vez que te ví, sentí una extraña atracción por ti. no sé, a mí me gustan las mujeres, pero... 

 - No hace falta que te justifiques, macho. Si lo que quieres es echar un buen polvo, lo único que necesitas es alguien dispuesto. Y yo lo estoy... 

Dejamos de hablar y seguimos besándonos apasionadamente, mientras nuestras manos buscaban el cuerpo del otro. El marino estaba tan cachas como parecía y descubrir con el tacto cada zona de su cuerpo era una experiencia única. 

- Vamos a la cama, allí estaremos más cómodos. Entramos en la habitación. 

El bigotón empezó a desnudarse y a mostrarme su espléndido cuerpo bronceado. No tenía demasiado vello, por lo que su piel brillaba aún más. A pesar de los años, tenía un cuerpo perfectamente modelado, duro como una roca. Dos tatuajes cubrían parte de sus poderosos brazos, mientras un tercero, representando un gran dragón, ocupaba la mayor parte de la parte izquierda de su fornido pecho. Se quedó sólo con los slips y un desmedido bulto sobresalía entre sus piernas. 





















- No estás nada mal, chavalote.- me dijo mientras yo me desnudaba y él se restregaba el pedazo de carne por encima de la prenda de ropa interior. - Si vinieras a venderme un seguro, te los compraba todos... 

 Se acercó a mí y se agachó atrapando mi polla entre sus formidables labios. Hacía mucho tiempo que no me succionaban el miembro, ya que a mi mujer le daba asco. El contacto de mi capullo con sus labios me produjo un cosquilleo en todo el cuerpo, como si me hubieran dado una descarga eléctrica. El hombretón se dio cuenta y empezó a chupármela con suavidad, para que disfrutara de cada uno de sus profundos lametazos. 

Desde luego aquel viejo marino sabía como mamar un rabo. A veces se la tragaba entera, como si la fuera a devorar. Otras veces recorría toda su superficie con su húmeda lengua. Y otras, las mejores, jugueteaba con mi capullo dándome pequeños, pero intensos lametazos. 

 - ¡No sigas! ¡Qué me corro! .- imploré, sacando mi polla de su hambrienta boca. 

 - Tranquilo, machote, que no hemos hecho más que empezar.- 

Y el osote se tumbó boca arriba en la enorme cama de matrimonio. 

 - Ven aquí, quiero que ahora pruebes mi golosina. 

 Mi compañero de siesta se quitó el slip y dejó a la vista la polla más de hombre que había visto en mi vida. Era grande y gruesa, sin circuncidar, con un glande brillante que asomaba en lo más alto de su prepucio. El mastodonte se la agarraba con fuerza con las dos manos, ofreciéndomelo para que yo devorara. No pude resistirme y salté sobre él, metiéndomelo en la boca. Tenía un sabor salado y era tan grande que tenía que hacer verdaderos esfuerzos para que no me diera arcadas. 

 - ¡Así, chavalote! ¡Chupa la polla de un hombre! 

 Sin dejar de saborear su tranca, me subí a la cama y me puse sobre él, de forma que su boca pudiera atrapar de nuevo mi miembro. Así, sin mediar palabra, nos abandonamos en un increíble 69, que nunca parecía acabar. Hacía mucho calor en la habitación y los dos empezamos a sudar como auténticos cerdos. Pero no nos importaba nada. Más aún, estábamos deseosos de embadurnarnos en nuestro propio sudor, como si el sudor nos uniera más si cabe. Así estuvimos durante 10 interminables minutos, sin apenas tiempo para sacarnos la polla de la boca y respirar. 

 - ¿Quieres tener toda mi polla dentro de ti, cabroncete? Te prometo que no te haré daño. Aunque es grande, sabe como tratar a un culo, por estrecho que sea. 

 Yo me asusté un poco ante la proposición. Hacía bastantes años, un compañero de Universidad había intentado metermela, pero tuvimos que dejarlo porque mi agujero no aceptaba cosas tan grandes.

- No sé, me gustaría mucho, pero está muy seco, habrá que lubrificarlo. 

- No hay problema.- y alargando su poderoso brazo de marino, sacó una crema de la mesilla. 

- No es lo mejor, pero puede valer. 

 Cogí el bote y pude observar que era una de esas cremas faciales que tanto les gustan a las mujeres. Sonreí y cogiendo un poco y lo unté en la cabeza del descomunal miembro del bigotudo. A continuación, él hizo lo mismo con el agujero de mi culo, introduciendo uno de sus gruesos dedos en mi caverna. 

Me hizo un poco de daño, pero en cuanto masajeó el interior con la crema, el dolor desapareció. Una vez que estuvimos listos, él se colocó boca arriba, con el rabo tieso mirando al techo de la habitación. Yo me coloqué encima suyo, en cuclillas, y poco a poco empecé a bajar, apoyándome en su duro mástil. Lo acerqué a mi agujero y pude notar su tamaño y su firmeza.

- No tengas miedo. Tú baja despacio y la polla entrará por sí sola.

 Así lo hice y fui bajando despacio, con miedo, pero con seguridad. La barra de hierro empezó a penetrar mis entrañas, como si se tratara de un arpón. Al principio el dolor era insoportable, pero en vez de recular, seguí bajando hasta que el dolor se transformó en un intenso placer. Empecé a gemir por el gusto que estaba recibiendo, mientras empecé a cabalgar la polla de aquella mala bestia. El también empezó a gemir y los dos empezamos a movernos como posesos, como si aquel polvo fuera el último de nuestras vidas. Los dos estábamos impregnados en pegajoso sudor y gruesos gotones caían desde mi cabello hacia su brillante pecho. La cabalgada duro varios minutos, hasta que los dos llegamos al límite de la corrida. 

 - ¡Voy a correr...!.-

 Y antes de que acabara la frase, un fuerte chorro de caliente miel salió de mi dardo inundando todo su formidable pecho y llegando hasta su cara. Sin tiempo a recuperarme, pude ver como su rostro se contraía por completo, señal de que su fusil estaba a punto de disparar. El viejo marino dio un último golpe de riñón y un río de caliente leche anegó mis entrañas. 

Así estuvimos, retorciéndonos de placer por nuestras corridas, durante un par de minutos, hasta que el cansancio hizo que me dejara caer sobre él, sobre sus fornidos pectorales, húmedos por una mezcla de sudor y semen. Los dos estábamos cansados por el esfuerzo y sin darnos cuenta, nos quedamos dormidos profundamente, relajados y satisfechos por el increíble polvo que acabamos de disfrutar. A partir de ese día, las vacaciones fueron geniales. Después de que nuestras respectivas mujeres se fueran contentas a la playa, nosotros nos íbamos a disfrutar de nuestra placentera siesta... juntos.

 PINONE

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