Aquella mañana lluviosa estaba más
que aburrido en la oficina de la inmobiliaria. Habían venido dos clientes a
primera hora, pero desde las once estaba más solo que la una. Faltaba media
hora para el cierre y estaba contando los minutos para marcharme a casa.
De repente se abrió la puerta y mis
ojos se pusieron ojipláticos ante la presencia de aquel hombre que estaba
entrando en la oficina. Tendría unos 50-55 años, es decir, unos 10 más que yo. Tenía poco pelo en la cabeza, muy cortito
y una barba corta también, blanca en su mayoría. No era muy alto pero sí que
era corpulento. Debajo del traje que llevaba, se adivinaba un cuerpo musculoso,
con poderosos brazos, buenos pectorales y una barriga dura, fruto del trabajo o
quizás del gimnasio.
Al entrar me saludó con una preciosa
sonrisa, algo socarrona.
- Buenos días. Vengo a hacerle un consulta con respecto a la posibilidad de comprar una casa.
- Buenas días, ha venido al lugar idóneo. Ese es nuestro trabajo – le respondí poniéndole la mejor de mis sonrisas. La idea de estar un rato cerca del aquel hombretón paliaba el aburrimiento que me generaba aquel trabajo, tan monótono
- Tome asiento y hablamos
Al sentarse pude comprobar que mi
cliente gastaba un culo espectacular, grande y hermoso, que ocupaba casi en su
totalidad el asiento. También su pantalón dibujó un enorme bulto entre sus
piernas. Desde luego tenía una auténtica pieza de museo frente a mí.
- Verá es que mi mujer quería venirse a vivir a esta zona y
querría saber las posibilidades que tenemos – empezó a hablar con una voz
segura y poderosa
El que mencionase a su mujer bajó un
poco mis expectativas, aunque al mismo tiempo aumento el morbo hacía él.
- No se preocupe. Podemos analizar todas las posibilidades que pueden tener según cuales sean sus necesidades.
- Ok. Perfecto – me contestó, dedicándome otra de sus mejores sonrisas
Así empezamos a charlar sobre el
asunto. Aunque yo estaba bastante aburrido antes de su llegada, la presencia de
aquel maromo tan cerca de mí, hizo que sacase a relucir mis mejores dotes como
comercial inmobiliario.
De repente, ocurrió un incidente que
lo trastocó todo. Encima de mi mesa había un vaso de plástico que contenía los
restos del café que me había tomado hacía un rato. Al mover las manos para acompañar
mis explicaciones, le di un golpe al vaso con tal mala suerte que salió
despedido y fue a parar al pantalón del cliente. Bueno, más bien sobre su
prominente paquete.
- ¡Otras!, ya lo siento,
ha sido sin querer – acerté a decir, asustado por lo que había provocado
- Tranquilo, hombre, son cosas que pasan – y aunque parecía algo contrariado, mantuvo la compostura
Yo salí del despacho y fui al baño. En pocos segundos volví con un rollo de papel. Y fruto del nerviosismo, en vez de dárselo a él, empecé a intentar secar el pantalón. Primero sobre la rodilla y luego fui subiendo por su pierna hacia su paquete
- Puedes seguir hacia arriba, que lo estás haciendo muy bien. – y en ese momento acercó sus labios a mi boca para darme un beso.
En un principio, quedé en estado de
“shock” por lo que estaba ocurriendo, pero me parecía tan agradable, que
olvidando la tarea de secado, me fundí en un intenso beso con él. El cliente se
levantó y agarrándome suavemente la cabeza, continuó incrustando su lengua en
el interior de mi boca. Yo me sentí estremecer y mi reacción fue alargar mis
manos y agarrar con fuerza sus nalgas, que estaban duras como dos piedras
Sin dejar de morrearnos cada uno se
encargó de quitarle la chaqueta al otro para pasar después a deshacernos de la
camisa, de la misma forma, mutuamente. Cuando empecé a soltar la camisa del
cliente puede comprobar que la realidad confirmaba lo que había intuido cuando
entró por la puerta y es que además toda esa belleza corporal estaba cubierta
de una buena capa de vello. Vamos, que era un osazo en toda regla. Y cuando él
empezó a quitarme la camisa, se apartó un momento y exclamó:
- Hostias, campeón, que cuerpazo tienes. Pero si pareces un oso escapado del zoo – y soltó una sonora carcajada
Sí, no podía quejarme de pelo, ya que mi pecho y
mi barriga estaban cubiertos de abundante vello. Algo que, aunque me producía
problemas con el sudor, era una ventaja para otras cosas, sobre todo, para
ligar con osos.
En ese momento, el cliente se
abalanzó sobre uno de mis pezones, que empezó a mordisquear, primero con
suavidad pero luego cada vez con más fuerza, como si me lo fuera a arrancar de
cuajo. Resistí el dolor y al poco, empezó a bajar hacia abajo, lamiendo con su
lengua mi barriga mientras con una mano soltaba la hebilla del cinturón de mi
pantalón. Tiró hacia abajo, dejando a la vista el calzoncillo blanco de algodón
que llevaba puesto. Ya estaba agachado frente a mi paquete, cuyo volumen había
aumentado considerablemente desde que había empezado el jolgorio.
Mientras yo me apoyaba sobre la mesa
ovalada que había en un lateral de la oficina, él se relamía viendo mi bulto.
Agarró con fuerza la prenda interior y tiró hacia abajo. Mi polla salió al
exterior, como si tuviera un resorte. El cliente no perdió el tiempo y la
atrapó con su boca, tragándosela casi entera para empezar a succionar. Sentí un
placer indescriptible con el vaivén de su boca, arriba y abajo, en mi cipote.
Realmente estaba hambriento y yo con ganas de saciarle. Después de dedicarle un
buen rato a mi rabo, lo soltó, y me agarró con fuerza las pelotas. Hizo una
pinza con el dedo pulgar y el dedo índice para atrapar los huevos como si de una
anilla se tratara. Y para terminar me golpeó los testículos con la otra mano.
La sensación fue al principio algo dolorosa, pero luego muy, muy placentera
- Ya veo que te gustan
estas cosas cabrón – me dijo el cliente mientras seguía con los golpes – pero
creo que ha llegado el momento de que conozcas a mi herramienta.
Se puso de pies y me empujó hacia
abajo para que me agachara. Yo aproveché para acariciar su hermoso pecho y su
barriga. Él mismo se desabrochó el cinturón, dejando la vista un calzoncillo
blanco de algodón, parecido al mío. Me abalancé sobre su paquetón y empecé a
chuparlo por encima del calzoncillo. Mi boca apenas podía atrapar aquel pedazo de carne debajo del algodón, por
lo que decidí sacárselo con la mano. Era una buena polla, gruesa, circuncidada,
coronada por un hermoso capullo. Me quedé admirándola un par de segundos hasta
devorarla por completo, casi hasta provocarme una arcada. Apenas me cabía en la
boca, pero yo no quería soltarla por nada del mundo.
- Así, así, chúpala bien,
aunque no hace falta que me arranques, ¡cabrón!
Tal era el ímpetu que estaba poniendo
en la succión. Después de un buen rato de mamada, me dedique a jugar con sus
pelotas, chupándolas alternativamente, acompañados de pequeños estirones, que
provocan algún que otro gemido en aquel animal.
Me agarró para que me levantara y ya
de pies, empezó a pasar su lengua por mi peludo pecho
- ¡Dios, vaya bosque que
tienes! – dijo antes de levantarme el brazo derecho y hundir su cabeza en mi
sobaco
Como solía ser habitual para aquella hora
de la mañana, mi sobaco estaba bien sudado, pero eso no pareció importarle a
aquel hombretón, ya que empezó a lamer con avidez mi axila.
- Como me pone el olor a
sobaco sudado y más si es bien peludo como éste – y siguió trabajando con su
lengua.
A continuación, siguió por mi cuello para
llegar a la boca y meterme la lengua hasta el fondo, hasta engancharse con la
mía
- ¡Túmbate sobre la mesa!
– me ordenó con un tono de vez cada vez más autoritario, que hacía aumentar mi
excitación.
Y aunque dudaba de si aquella mesa de
oficina iba a aguantar mis 110 kilos de peso, me tumbé sobre la mesa, abriendo
de par en par mis piernas. Como mi culo era igual de peludo que el resto del
cuerpo, el cliente exclamó:
- ¡Ostias, vaya bosque
tienes para llegar a la cueva!. Tendré que utilizar un machete para abrirme
camino.
Y el machete era su lengua, que en
pocos segundos noté acercándose a la entrada de mi culo. Una vez allí, empezó a
chuparme el ojete, como un lobo hambriento. Me habían comido muchas veces el
culo, pero aquello lo superaba todo. Aquél cabrón sabía cómo trabajar con la
lengua en esa zona tan sensible. Mientras el cliente me merendaba el
ojete, me agarré el cipote y empecé a
pajearme con fuerza.
Para completar el proceso de
lubricación, soltó un escupitajo sobre
dos de sus dedos y me los introdujo haciendo movimientos circulares,
primero con suavidad y después con más fuerza e intensidad.
- ¡Fólleme! – le imploré –
estoy tan caliente que me voy a correr sin que me folle
- Tranquilo, osazo, ahora mismo te voy a dar tu ración de carne – me respondió, mirándome con deseo
Y nada más sacar los dedos de mi
culo, noté como un ariete quería entrar dentro de mí. Al principio no podía
entrar por el grosor de la herramienta, pero poco a poco fue deslizándose
dentro de mí, hasta que mi agujero dejó de oponer resistencia. Cuando el
cliente se dio cuenta de que ya tenía la herramienta colocada en mi interior,
dio un fuerte golpe de riñones y me la empotró hasta el fondo, sin apenas
compasión. El dolor inicial fue intenso, pero yo solo quería que aquel
mastodonte cabalgara dentro de mí, hasta llegar a la explosión final.
Mientras yo me pajeaba con más
fuerza, el cliente empezó a empujar hacia adelante y hacia atrás, como un animal
desbocado. Podía escuchar como sus pelotas, dos auténticas bolas de acero, hacia ruido al golpear mi culo.
Aquella follada duró varios minutos,
hasta que el rostro del cliente empezó a desencajarse y un sonido gutural salió
de su garganta. Estaba fuera de sí y sus embestidas eran cada vez más brutales,
hasta que empezó a descargar toda su leche dentro de mí. Yo también estaba a
punto de correrme, pero me hizo un gesto como pidiendo que parara un poco de
pajearme. Exhausto y sudoroso, y con la polla todavía dentro, se acercó a mi
cara para decirme:
- ¡Hostias, cabrón! hacía
tiempo que no tenía un orgasmo tan cojonudo. Me has exprimido la polla y me has
sacado hasta la última gota de mis pelotas. Pero quiero algo más, quiero que me
folles y me regales tu leche
Aunque estaba a punto de reventar, no
podía rechazar aquella oferta. Tenía que aguantar un poco más, para satisfacer
al cliente. No podía defraudarle.
Me bajé de la mesa y él se apoyó
contra la misma, poniendo su hermoso culo en pompa, a mi entera disposición:
- Estará bastante seco.
Lubrícamelo un poco para que pueda entrar mejor.
Aunque yo no tenía su maestría
preparando el ojete, me agaché, agarré bien su culo, separando sus nalgas, le
solté un buen escupitajo y hundí mi cabeza para meterle la lengua lo más dentro
posible y después esparcir la saliva de mi escupitajo. Su culo estaba delicioso
y si no estuviese tan caliente, me hubiese pasado horas comiéndomelo de todas
las maneras posibles.
Me puse de pies y para terminar los
preparativos le di varios azotes en el culo, para que se relajase. El cliente
gemía después de cada golpe, dándome su aprobación.
Yo ya no podía más y me puse detrás
suyo con la polla en la entrada de su agujero. Poco a poco noté que mi amante
iba cediendo y la tranca iba entrando en su culo, que me atrapaba la polla,
produciéndome un placer insuperable.
- ¡Dale fuerte cabrón! ¡Quiero sentir tu polla bien dentro! ¡Quiero
que me empotres!
Yo apenas podía contener mis pelotas,
que pedían ser descargadas. Pero aguanté un buen rato, sabiendo que estaba
satisfaciendo, y de que manera, a aquel cliente que, por suerte, había
aparecido aquella mañana por mi oficina.
Y
de repente todo estalló. Mi leche salió de mis huevos y tras recorrer la
uretra salió al exterior, o mejor dicho, inundó la entrañas que aquel animal.
Solté un gran bufido y sin parar de empujar, me vacié dentro de él. Cuando ya
no pude más me tumbé sobre su espalda, exhausto
El cliente se dio la vuelta y nos fundimos
en un intenso beso, mientras nos sobábamos nuestros cuerpos, empapados en
sudor, por el esfuerzo tan intenso que habíamos hecho. Poco a poco fuimos
recomponiendo la postura y en cinco minutos estábamos vestidos, aunque con la
ropa un poco alboratada.
- Desde luego, con este
trato en lugar de una casa me parece que voy a comprar una urbanización – soltó
el cliente, antes de soltar otra sonora carcajada.
Mi cliente quedó totalmente
satisfecho, aunque no menos que yo…
PINONE



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